Éste
es el primer volumen de un proyecto de trilogía que, con el objetivo
de analizar crítica y rigurosamente las diversas consecuencias de
las
prácticas
sociales genocidas, abordará en una primera etapa los procesos
de
memoria y representación.
Los
estudios sobre la memoria constituyen uno de los campos en
los
que se observa con mayor claridad las dificultades creadas por las
taxonomías
disciplinarias rígidas en su parcelamiento de la realidad. Diversos
grupos de investigadores que provienen de campos muy distintos se
disputan áreas de explicación de los procesos de memoria, sin que
los
entrecruzamientos entre éstas sean comunes ni produzcan
enriquecimiento alguno, más allá de que unos y otros se solapen al
producir sus
hipótesis,
la mayoría de las veces sin siquiera percibirlo.
La
neurología, el psicoanálisis, la filosofía, las artes y las
ciencias sociales han reflexionado sobre aspectos diferentes de estos
procesos de
memoria
y representación, pero por lo general el diálogo ha sido bastante
pobre. Las neurociencias se han abocado, en su mayor parte, a tratar
de
encontrar el sustrato material del recuerdo (su localización física
en
el
cerebro) y a explicar e intentar tratar algunas de sus anomalías. El
psicoanálisis (pese a la amplitud disciplinaria de los trabajos de
Sigmund
Freud)
ha tendido a disociarse cada vez más del sustrato químico-bioló-
gico
como de las consecuencias sociopolíticas, filosóficas e incluso a
veces
médico-clínicas
de sus propios planteos y, por lo tanto, ha tratado con un
aparato
psíquico que, cada vez más, parece escindido de los niveles de
organización que lo determinan, tanto material como socialmente;
incluso, 16
memorias
y representaciones
en
algunos casos ha llegado a postular una justificación bizarra de
esta
escisión
entre cuerpo y consciencia. Las ciencias sociales, por último, han
tendido
a estancarse durante el último medio siglo en las disputas entre
los
campos de la historia y la memoria, haciendo caso omiso del impacto
de
los avances en otras disciplinas sobre dicha discusión o de la
materialidad e incluso falsabilidad de muchos de sus planteos, a la
luz de otras
lógicas
disciplinarias.
Esto
no significa que no hayan existido intentos de entrecruzamiento, como
puede observarse en gran parte de la obra del propio Freud, en
especial
en su olvidado Proyecto de psicología para neurólogos, así como
en
muchas de sus reflexiones en Más allá del principio de placer;
Inhibición, síntoma y angustia; Tótem y tabú o Moisés y la
religión monoteísta,
entre
otros textos que buscan dialogar, a lo largo de todo el acervo de
producción
freudiana, con la neurología o las ciencias sociales. También
merecen
destacarse los intercambios entre Jean-Pierre Changeux y Paul
Ricœur
que buscan un diálogo y una discusión posibles entre neurología
y
filosofía (pese a las dificultades de Ricœur para ingresar a un
lenguaje
que
no siente como propio); el conjunto de los trabajos de la psicología
genética
y, muy en particular, las brillantes intuiciones transdisciplinarias
de
Jean Piaget en obras como La equilibración de las estructuras
cognitivas
o
La toma de conciencia, o de Rolando García en obras como
Psicogénesis
e
historia de las ciencias, La epistemología genética y la ciencia
contemporánea o Sistemas complejos. Por último, cabe incluir
sugerencias aisladas
pero
ricas por sus aportes a la sociología y la psicología en obras de
neurocientistas como Gerald Edelman, Eric Kandel o Israel Rosenfield.
Estas
excepciones,
sin embargo, constituyen ámbitos relativamente marginales
en
una discusión que hegemónicamente cree poder prescindir del
conocimiento que se aleja de manera disciplinaria de sus ejes, aun
cuando esté
muy
próximo de los problemas planteados y resulte fundamental para
muchas
de las hipótesis sugeridas o de los análisis realizados.
No
es objetivo de este primer volumen dar cuenta del conjunto de
las
posibles articulaciones disciplinarias entre estos campos (aclarando,
además,
que ha quedado relativamente afuera de esta obra el complejo
territorio de la estética, el arte y su vinculación con los
procesos de
memoria),
pero sí analizar algunos entrecruzamientos que harán posible
desarrollar
con mayor riqueza y sustento las hipótesis que guían el conjunto de
la trilogía.17
introducción
Este
primer volumen se centra en las memorias y representaciones
del
horror, con eje histórico en la experiencia argentina. El segundo
volumen trabajará las problemáticas del juicio, entendidas tanto en
su sentido filosófico (la capacidad de juzgar como parte de los
mecanismos de
la
consciencia) como en la materialidad de los procesos judiciales
librados en nuestro país. El tercer volumen se abocará a un
análisis crítico de
los
distintos niveles de las responsabilidades, también centrándose en
el
caso
argentino. Y en los tres volúmenes –memorias, juicios,
responsabilidades–, las preguntas buscarán articularse con los
posibles trabajos de
elaboración
de las marcas dejadas en las subjetividades y en el tejido social por
las prácticas sociales genocidas.
Cabe
aclarar que el acceso a los distintos marcos disciplinarios no se
lleva
a cabo desde una posición neutral ni desde un saber que los
desborde. Las ciencias sociales serán el punto crucial de
interrogación, desde
donde
se intentará incorporar algunos de los aportes de los otros campos
disciplinarios para enriquecer y avanzar en las propias postulaciones
sociopolíticas
sobre los procesos de memoria y su impacto en la construcción de
identidades, así como en los modos de constitución de las
responsabilidades.
La
trilogía puede leerse como continuidad de obras previas, en
particular de El genocidio como práctica social y de Seis estudios
sobre genocidio, y que, más allá de resultar algo más árida
(sobre todo en este primer
tomo),
comparte las mismas preocupaciones y objetivos políticos.
Este
volumen no pretende aún una mirada verdaderamente
transdisciplinaria, lo cual excede las posibilidades del autor, sino
simplemente avanzar en el propio campo de las ciencias sociales, sin
despreciar ni
ignorar,
desde luego, algunas de las hipótesis, preguntas y respuestas
sugeridas por las otras disciplinas, lo cual quizás cabría
calificar más cabalmente como ejercicio interdisciplinario.
Se
recorrerán a lo largo de este libro las ideas de un selecto grupo
de
autores de las neurociencias (Gerald Edelman, Eric Kandel,
Jean-Pierre Changeux, Israel Rosenfield), el psicoanálisis
(básicamente Sigmund
Freud
y luego algunos de los análisis sobre las consecuencias del trauma
en
Yael Danieli, René Kaës, Janine Puget, Marcelo Viñar, los miembros
del
Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial [eatip],
Haydeé
Faimberg, entre otros), la filosofía (Henri Bergson, Walter
Benjamin, Paul Ricœur, Hayden White), o la sociología y la
psicología social 18
memorias
y representaciones
(Maurice
Halbwachs, Frederic Bartlett), pero no para dar cuenta exhaustiva del
estado de la cuestión en cada campo, sino sólo para aprovechar
algunas
intuiciones que han sugerido herramientas para analizar lo que
constituye
el corazón de esta problemática: los modos en que los procesos de
memoria pueden afectar la constitución identitaria, a partir del
trabajo
de elaboración de las situaciones traumáticas generadas por los
genocidios,
entendidos éstos como prácticas sociales, como procesos de
destrucción
y reorganización de relaciones sociales.
1
Es
posible, sin embargo, que en alguno de los capítulos se haya caído
en
una exagerada remisión a los aspectos técnicos de cada discusión,
por
lo
que se piden disculpas anticipadas al lector.
El
ordenamiento lógico y disciplinario de este primer libro es el
siguiente:
El
capítulo i busca introducir algunas de las conclusiones
fundamentales de las neurociencias en los últimos treinta años,
desde las cuales se plantean hipótesis propias con relación al
carácter adaptativo de lo
que
se llamará en esta obra “procesos de desensibilización”, así
como al
carácter
creativo y no reproductivo
2
de
los procesos de memoria.
El
capítulo ii, previo desarrollo de algunos conceptos básicos de la
obra
de Freud, se propone revisitar la noción de desensibilización
construida en el capítulo previo, articulándola en su sentido
intersubjetivo
con
lo que gran parte de la bibliografía sobre las consecuencias del
genocidio en el Cono Sur de América Latina ha dado en llamar “pactos
denegativos” y con lo que se define en esta obra, a partir de este
análisis, como
“ideologías
del sinsentido”. Éstas han resultado muchas veces hegemónicas en
los discursos sobre el horror, vinculándolo a la irracionalidad, y
se
postulará que dicho sinsentido juega un rol específico en el modo
de
clausurar
las posibilidades de elaboración del terror traumático.
1
Véase
el desarrollo de los conceptos de prácticas sociales genocidas y de
genocidio reorganizador en Daniel Feierstein, El genocidio como
práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina, Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007.
2
Aun
cuando las neurociencias utilizan el verbo replicar para dar cuenta
de una memoria que se postula como reproductora fiel de la realidad,
se ha preferido en esta obra remitir
a
una memoria reproductora o no reproductora (o sea, creadora), ya que
el término replicar
puede
dar lugar a malentendidos en la filosofía o la ciencia social,
debido a que su definición da más cuenta de la posibilidad de
refutación que de la de copia, la cual se encuentra
mejor
expresada en el verbo reproducir.19
introducción
El
capítulo iii retorna sobre estas hipótesis pero desde la filosofía,
la
historia
y las ciencias sociales, intentando recuperar la vinculación entre
memoria y acción (Bergson), y memoria e identidad (Ricœur).
Asimismo busca producir nuevas interpretaciones en la trillada
discusión
sobre
las diferencias entre los procesos de la memoria y de la historia, a
fines
de rescatar el carácter sociopolítico de los procesos de memoria y
su
posible articulación con un trabajo de elaboración, lo cual
constituía
el
eje de la tarea del historiador comprometido, tal como la pensara
Walter Benjamin.
El
capítulo iv, por último, da cuenta del propósito central del
presente volumen: analizar las consecuencias de distintos modos de
representar
y
calificar jurídicamente el terror estatal masivo (guerra, genocidio,
terrorismo de Estado, crímenes contra la humanidad) en los posibles
trabajos de elaboración y su vinculación con la constitución y
transformación de las identidades personales, grupales y colectivas,
incorporando
en
dicho análisis las construcciones previas sobre el papel que juegan
en
ellas
las lógicas de la desensibilización, de los pactos denegativos y de
las
ideologías
del sinsentido.
Es
éste el objetivo eminentemente político que guía al conjunto del
volumen.
Los recorridos disciplinarios se han propuesto ir construyendo los
conceptos necesarios para dicho punto de llegada, pero la
interrogación general gira en torno al capítulo iv, punto de
llegada y elemento
crucial
de este primer libro: dar cuenta de los efectos y las consecuencias
intersubjetivas y sociopolíticas de distintos modos de caracterizar
lo
ocurrido
en Argentina en los posibles trabajos de elaboración o incluso
en
la obstaculización o clausura de éstos.
Dicho
abordaje no es ni podría ser neutral, como se ha señalado,
sino
que pretende dar una fundamentación más sólida a la relevancia
de
la utilización de la calificación de genocidio para referir a la
violencia
estatal
masiva sufrida en nuestro país, en función de sus múltiples
consecuencias jurídicas y simbólicas, de sus múltiples efectos en
los posibles
trabajos
de elaboración del trauma y en la posibilidad de instituir
narrativas contrahegemónicas.
La
propuesta, esta vez, es compartir con el lector los fundamentos
últimos
de orden político y no, como en otras oportunidades, la
argumentación técnica, con respecto a la viabilidad u oportunidad
de la figura de genocidio en su aplicación al caso argentino. Esto
es, que este 20
memorias
y representaciones
volumen
no se propone demostrar la existencia de un genocidio en Argentina
(lo que se ha intentado hacer en muchas obras previas, utilizadas
incluso en las sentencias argentinas), sino dar cuenta de qué
ventajas
en
términos de procesos de memoria puede implicar construir una
representación de los hechos como genocidio, en comparación con
aquella
que
los comprende como guerra, como terrorismo de Estado o como crí-
menes
contra la humanidad.
Afortunadamente,
la sociedad argentina se ha caracterizado por una
fuerte
resistencia a los planteos negacionistas o minimizadores. A ello se
ha
sumado una experiencia más que interesante en lo que hace al
juzgamiento de los responsables de las violaciones masivas de
derechos humanos, que ha conducido a la posibilidad de garantizar un
juzgamiento sin
límites
preestablecidos, realizado por tribunales nacionales (no
internacionales ni cámaras especiales) y con un respeto por los
derechos de los
acusados
que pocas experiencias históricas han demostrado, pese a tratarse de
los crímenes más graves cometidos en el último siglo en el país.
Esta
peculiaridad del fenómeno de los juicios en Argentina ha habilitado
y enriquecido, por lo tanto, una discusión profunda y compleja sobre
los procesos de memoria y elaboración, que constituye el trasfondo
fundamental
de toda la trilogía y que, como se verá, logra instalar estas
cuestiones
a partir de discusiones que parecieran ya resueltas en Argentina (la
inviabilidad de regímenes de impunidad, la condena mayoritaria
al
tipo de negociaciones a que han dado lugar conceptos como el de
“justicia transicional”, la imposibilidad del perdón y la
reconciliación sin pasar previamente por la justicia).
Habrá
que esperar al segundo volumen de esta obra, titulado Juicios,
para
abordar la complejidad efectiva de estas vinculaciones entre la
capacidad humana del juicio, la realización efectiva de los juicios
y los procesos de memoria y representación.
Al
no existir un peligro inminente de negacionismo ni impunidad,
la
sociedad argentina ha logrado entonces comenzar a hacerse cargo en
estos
años de una discusión más compleja y mucho más profunda pero,
a
su vez, fundamental en cuanto a la posibilidad de lidiar con los
efectos
del
proceso represivo: en qué medida los procesos de memoria y
representación pueden constituir prolongaciones del terror, pero
también en qué
medida
pueden ser un aporte para intentar elaborar las consecuencias del
trauma,
sin que ello implique creer (véase en especial el anexo sobre la 21
introducción
“realización
simbólica de las prácticas sociales genocidas”) que una mera
calificación
pueda resolver por sí misma procesos de enorme complejidad
como
los que aquí se analizan.
Todo
este primer volumen se inscribe en la discusión sobre la vinculación
entre procesos de memoria y representación y su expresión en la
calificación
jurídica, discusión que hoy recorre gran parte de los juzgados
argentinos,
así como también casi al conjunto de los organismos de derechos
humanos
y ámbitos importantes de los movimientos sociales, de las
universidades, las organizaciones barriales, sindicales y
estudiantiles, entre
otras.
El
volumen cierra con un anexo, donde se busca aclarar algunas
confusiones y malentendidos a que ha dado lugar el concepto de
“realización
simbólica
de las prácticas sociales genocidas”, término que también
atravesará algunas partes del presente libro.
Como
resulta lógico en toda discusión académica o política que nos
atraviesa
en tiempo presente, soy consciente de que tanto esta obra como
todo
mi trabajo previo y el de las muchas organizaciones de derechos
humanos, sociales y políticas, con las que he compartido esta lucha
durante
años,
pueden estar errados. Sólo el futuro nos dará claras indicaciones
acerca
de los efectos y consecuencias de las direcciones que se han seguido,
así como nuevas pautas de hacia dónde continuar. Y respeto
profundamente a aquellos colegas u organizaciones que no comparten
esta
visión
sobre la relevancia de la categoría de genocidio y prefieren librar
la
lucha desde los conceptos de crímenes contra la humanidad, Estado
terrorista
o guerra civil.
Pero,
por otro lado, no puedo dejar de señalar que este trabajo se
ha
llevado a cabo desde la más profunda convicción, con una enorme
dedicación,
rigurosidad y estudio, y con el mayor cuidado y responsabilidad por
las posibles consecuencias de cada uno de los planteos que se
socializan
en esta obra. Sólo se espera de aquellos colegas y compañeros
que
disienten con estas visiones una actitud similar en cuanto a la
seriedad, profundidad, rigurosidad y responsabilidad para plantear
visiones
alternativas.
Vale
una pequeña anécdota para cerrar esta introducción: el Tribunal
Oral Federal Nº 1 de La Plata –integrado en 2006 por los jueces
Carlos Rozanski, Norberto Lorenzo y Horacio Insaurralde– fue el
primer
juzgado
argentino (a esta altura no el único, ya que lo han acompañado 22
memorias
y representaciones
tribunales
de Santiago del Estero, Tucumán y Mendoza y sentencias de
segunda
instancia de Mar del Plata) en reconocer la existencia de un
genocidio en Argentina. La primera sentencia de este tipo recayó en
la causa en la que se juzgaba a Miguel Osvaldo Etchecolatz (luego
acompa-
ñada
por pronunciamientos similares del mismo tribunal en las causas
en
las que se juzgó a Christian Von Wernich y al personal que actuó en
la
Unidad Penitenciaria Nº 9 de La Plata, y durante 2010 y 2011 por los
otros
tribunales mencionados). La lectura de la sentencia de aquel juicio
de
2006 fue filmada por numerosas organizaciones (hay una muy buena
edición
realizada por la Comisión Provincial por la Memoria de la Provincia
de Buenos Aires). Vale la pena observar los rostros de familiares
y
sobrevivientes de las víctimas cuando los jueces leyeron el
fragmento
de
la sentencia que menciona que la condena se realiza por “crímenes
contra
la humanidad cometidos en el marco de un genocidio”. Quizás
la
observación de dichos rostros pueda dar otra pauta para entender las
consecuencias
de ciertas “verdades jurídicas” en las posibilidades de
elaboración. Este primer volumen se propone como un aporte, entre
otras
cosas,
para comprender el origen y el sentido de dichas expresiones.
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