Las vacunas llegaron a ser una doctrina fundamental en las sagradas escrituras de la medicina. Hay un artículo que habla del peligro de las vacunas contra un millón que narra los prodigios de ella. Está demostrado que hay millones de niños que nacen completamente saludables, y luego de recibir sus primeras vacunas se vuelven asmáticos, ¿es esto una casualidad?. ¿Los innumerables casos de encefalitis pos-vacunatorias también son casualidad? Con el argumento de “inmunidad colectiva” se están aplicando desde hace décadas vacunas a gran escala en todo el planeta, sosteniendo que es uno de los descubrimientos más brillantes de la medicina. Se hacen innumerables investigaciones “hacia delante”, sentado sobre ciertos principios científicos que todos aceptan, pero si alguien probara que no tienen validez científica real, demostraría que la ciencia estuvo parada sobre un dogma que no se quiso objetar a sí misma. El caso de la vacunación es grave, pues juega con la salud de miles de millones de personas. En este artículo analizaremos algunas cuestiones que significan una alerta sobre los peligros que encierran las vacunas, peligros que muchos prefieren ignorar…
En primer lugar, veamos qué es la vacuna: La vacuna es un preparado de antígenos que una vez dentro del organismo provoca la producción de anticuerpos y con ello una respuesta de defensa ante microorganismos patógenos. Esta respuesta genera, en algunos casos, cierta “memoria” inmunitaria produciendo inmunidad transitoria frente al ataque patógeno correspondiente. Es decir, el sistema inmunitario reconoce los agentes de la vacuna como extraños, destruyéndolos y «recordándolos». Entonces, cuando una versión realmente nociva de la infección llega al organismo, el sistema inmunitario está ya preparado para responder.
Hasta este punto el planteo parece perfecto, indiscutible, irrebatible. Sin embargo no es tan así. La idea principal es el concepto que la ciencia médica tenía de los anticuerpos. Se suponía que por cada enfermedad había un anticuerpo y por lo tanto, al producirse un anticuerpo en el organismo ya daba batalla y la enfermedad desaparecía. Pero el virus del sida vino a demostrar que esta lógica no era tan pura, como al principio. Pues los anticuerpos del sida existen, y atacan al virus pero éste no muere. De hecho, en un test de sida, lo que determina que una persona esté infectada es la presencia de estos anticuerpos en la sangre, no es que se detecta el virus en sí. Si la persona tiene estos anticuerpos se dice que la persona es seropositiva: tiene sida. Si no existen estos anticuerpos en la sangre, la persona es seronegativa: no tiene sida.
El sida viene a demostrar, mal que le pese a la medicina, que los anticuerpos no siempre significan inmunidad ni protección contra las enfermedades, sino que acompañan esta protección, que es algo diferente. Uno puede tener las ruedas de un auto, pero estas ruedas no nos llevan a ningún lado, las ruedas acompañan a todos los demás elementos del auto, y en su conjunto, el auto, como vehículo, nos lleva a algún lado. Entonces, bajo ningún punto de vista inyectarse antígenos para la producción de anticuerpos es la solución para las enfermedades: en todo caso, si cuento con estos anticuerpos y todos lo demás elementos que el cuerpo necesita, allí combato la enfermedad. Pero hay millones de organismos diferentes y millones de vehículos diferentes. Entonces, proponer una vacunación masiva es una insensatez.
Antes del sida, los inmunólogos decían: tienes anticuerpos, eres una persona sana. Hoy, los mismos inmunólogos dicen: tienes anticuerpos del sida, entonces estás enfermo de sida. Y estás condenado.
Sin embargo, hay personas que tienen los anticuerpos del sarampión e igual adquieren sarampión. Y otras personas que no tienen estos anticuerpos y nunca se contagiaron.
Entonces, el modelo teórico de los anticuerpos, tal como lo enseñaba la medicina en sus momentos, y que llevó –y lleva- a vacunaciones masivas a millones de personas, puede ser falso.
Dentro de un par de décadas, tal vez antes, la medicina tal vez vea las enfermedades infecciosas de una forma diferente. Pero para ese tiempo ya serán miles de millones de personas las que fueron inoculadas con vacunas.
Una cosa diferente son los anticuerpos que se generan por un proceso natural a través de las bacterias que ingresan en el cuerpo –por la piel, la garganta, la nariz, etc-, entonces el organismo responde desarrollando los anticuerpos determinados, produciendo la inmunidad. Con la vacuna se “salta” este paso pues el germen es inyectado violentamente en la sangre. A esto la medicina le llama “estar inmunizado”. Pero se saltearon pasos importantes: la entrada de esas bacterias por las vías naturales citadas -piel, boca, amígdalas-.
Hay pocos estudios independientes de la industria farmacéutica sobre los efectos secundarios a largo plazo de las vacunas. Una situación preocupante cuando conocemos el número elevado de sustancias tóxicas que entran en su composición. También hay una ausencia de estudio y control, hasta de parte de la propia medicina, de las personas no vacunadas. No existen grupos de control de ninguna de las dos partes. La medicina da por sentado que la vacuna es buena, y punto final.
En 1928, se mató a 12 de 21 niños inoculados con una vacuna de difteria que carecía de preservante. Desde entonces se comenzó a usar timerosal –mercurio- como preservante de vacunas. Si bien en EEUU y Europa ya se descartó, o eso dicen, el uso del mercurio en las vacunas, la Organización Mundial de la Salud dice que no presenta ningún riesgo, así que los niños del tercer mundo reciben, junto con la vacuna, una pequeña dosis de mercurio que, cuando es inyectable, va a parar directamente en sus venas. A pesar de lo que dice la OMS, Wikipedia afirma que se han llevado a cabo pocos estudios de la toxicidad de timerosal en humanos. Con seguridad, beneficioso no es.
Pero si por cada vacuna aplicada podemos tener efectos colaterales no deseados, qué decir de las dosis de refuerzo, necesarias si la persona confía ciegamente en las vacunas, ya que al tener un efecto temporal, es necesario vacunarse cronológicamente para estar “protegido”.
En 1976, se aterrorizó a la población estadounidense con una supuesta epidemia de gripe porcina. Estados Unidos tenía como presidente a Gerald Ford y, supuestamente, el Departamento de Salud Pública mejor informado del mundo. El Dr. australiano “Archie” Kalokerinos, fallecido en marzo de 2012, fue prácticamente el único científico del mundo que salió a decir públicamente, por medios televisivos y desde Melbourne, que la vacuna masiva que el presidente Ford estaba por llevar a cabo iba a ocasionar innumerables muertes. Alguien en Nueva York escuchó el programa, y en forma de ardid, decidieron convencer a un conocido jefe de la mafia, de apellido Gambino, de vacunarse, con la excusa que era una buena medida de prevención. Al poco tiempo el mafioso cayó muerto. Los diarios titulaban “Jefe de la mafia muere tras conspiración de una vacuna”. Y con Gambino morían decenas de personas en todo el territorio estadounidense. Algunas caían muertas en el mismo lugar donde se les aplicaba la vacuna –sobre todo los enfermos del corazón-. Otros quedaban paralíticos. Hubo 500 casos de aparición de síndrome de Guillain-Barré. La vacunación llegó al 24 por ciento de la población y no pudo ser continuada, por el escándalo que generó. Y la supuesta epidemia de gripe porcina nunca existió.
Volviendo a los principios médicos, una de las premisas médicas fundamentales en el campo de la vacunación, en principio era no vacunar a nadie con síntomas de alguna enfermedad. En la vacunación masiva muchas veces no se pregunta si las personas tienen fiebre o algún síntoma raro. Pero los médicos saben, y muchas veces no avisan, que vacunarse una vez que cualquier enfermedad está instalada en el cuerpo es contraproducente. De hecho, puede producir el efecto contrario que se persigue.
El estudio pos-vacunatorio y sus efectos colaterales se hace complicado, ya que la medicina no hace un seguimiento de la persona vacunada durante toda la vida, no hay forma de conectar una enfermedad surgida años o meses después de aplicarse una vacuna con la vacuna aplicada. Pero lo cierto es que la vacunación masiva en la humanidad comenzó en la década del 40. Y desde esa década en adelante, crecen los casos de enfermedades nuevas en el hombre: cáncer, sida, y hay una mayor cantidad de nacimientos de niños con problemas de atención y aprendizaje, y miles de chicos que nacen con un leve autismo o una gran hiperactividad –uno de los principales males que se le achaca a la vacuna es encefalitis-.
Recordemos que los casos de alergia crecieron también exponencialmente desde 1940. Y que el sida surgió en Africa después de una vacunación masiva de poliomielitis.
El panorama en este análisis de vacunados y no vacunados se volvió confuso: hay más casos de asma en chicos vacunados con la DPT que en los no vacunados, más casos de niños con infecciones en los oídos en chicos vacunados contra el sarampión que en los no vacunados, más casos de diabetes en personas vacunadas contra la hepatitis B que en las no vacunadas. Hay más casos de artritis en personas vacunadas contra la Rubeola que en las no vacunadas.
La infancia debería ser la etapa que el sistema inmunológico del niño se construya. Por eso en la antigüedad se conocían lo que se llamaban enfermedades benignas: la tos ferina, el sarampión, y la varicela, por ejemplo, ya que inmunizaban a la persona de por vida de estas enfermedades –y de otras dolencias-. Hoy estas enfermedades se volvieron peligrosas para los niños. Y como sea que la vacuna da protección transitoria –es muy difícil que una vacuna nos sirva para toda la vida- el sarampión que no le tomó al chico de pequeño, lo puede agarrar desprevenidamente de adulto, y la consecuencia es mucho peor. Los organismos de los niños actuales, con tanto calendario de vacunación, no pueden construir un sistema inmunológico fuerte y duradero, ni tampoco transmisible a los descendientes.
La transmisión de inmunidad de madre a hijo a través de la placenta es muy pobre en la actualidad, pues el organismo de la madre ya perdió la información de la vacuna que le aplicaron en la niñez, y entonces el chico nace desprotegido. El bebé de una madre no vacunada, en cambio, recibe a través de la placenta la información latente de la inmunidad que creó naturalmente su organismo al combatir una enfermedad, incluso las infantiles.
Las enfermedades infantiles existen justamente para que el niño contraiga la enfermedad y construya y refuerce su sistema inmunológico de por vida. Sí es cierto que había miles de muertes por estas enfermedades, pero también es cierto que había malísimas condiciones de salubridad de la población, que fueron superadas. Excepto en los países muy pobres, y son en estos países donde las enfermedades están radicadas fuertemente, a pesar de contar con las famosas vacunas.
Las paperas eran una enfermedad exclusivamente infantil que solía atacar a los bebés y pasado el período en que el organismo del niño se fortalecía, superaba la enfermedad para toda la vida. Sin embargo, las paperas, cuando ataca en la adolescencia o edad adulta, ya es grave. Está demostrado, por ejemplo, que haber tenido paperas de niño protege a las mujeres contra el cáncer de ovarios. Variar artificialmente el orden cronológico de las enfermedades y trasladar enfermedades que deberían ser de la infancia a la edad adulta no es muy recomendable. Y es lo que hace indirectamente la vacunación hoy.
El sarampión, por ejemplo, según muchos estudios, se debe a la falta de vitamina A en el cuerpo. No obstante, los médicos, en vez de aconsejar la ingesta de alimentos con vitamina A en la lucha contra el sarampión, aconsejaron la vacunación masiva.
La inmunidad completa del sarampión de por vida, lo obtiene el niño únicamente enfermándose de sarampión benigno. Entonces el sistema inmunológico del chico se hace tan fuerte que previene no sólo el sarampión de por vida: sino también ciertos tumores, enfermedades de la piel y enfermedades degenerativas de los huesos. “Por qué alguien querría robarles a nuestros niños estos beneficios?”, preguntan en el documental australiano “Vacunas-La verdad oculta”, realizado en 1998.
El problema con la medicina es que hay tanto material profesional escrito sobre la materia, que se puede estar toda la vida leyendo y rotulando enfermedades y bacterias, pero muy difícilmente los investigadores consideren la excepción como regla y la regla como excepción, pues la vacunación se ha impuesto como una moda cultural que no se puede desarraigar hoy. Si, por ejemplo, vamos de turismo a una ciudad extraña que posee como característica una enfermedad determinada, somos adultos, y nuestro sistema inmunológico es fuerte, podríamos tolerar vacunarnos para anticiparnos al contagio como visitante. Pero ésa es la excepción, justamente. Los grandes laboratorios lograron convertir la excepción en regla, y hoy hay establecimientos educativos que no aceptan a sus alumnos si no presentan el calendario completo de vacunación.
Es que los investigadores están siempre ocupados en la lectura de textos profesionales: cientos de volúmenes que pueblan las grandes bibliotecas médicas, que no tienen tiempo para plantearse la raíz del problema.
Desde las vacunas, la medicina habla de “inteligencia” en el organismo, -los orientales lo afirmaban hace milenios -. Ahora, hay que tener en cuenta que los virus también tienen inteligencia. Esa inteligencia se llama mutación: cada día los virus van mutando en microorganismos más fuertes y más resistentes, burlando continuamente los avances médicos. Desde el punto de vista del fortalecimiento de los virus, ¿las vacunas crean inmunidad ante las enfermedades?, ¿o crean las condiciones para más y peores enfermedades, causando efectos adversos poco deseados?
Inclusive un virus animal, como el de la gripe porcina, se puede mutar y mutar y adicionalmente, mediante un proceso denominado reclasificación, adquirir características que permiten su transmisión entre personas.
También se afirma que algunas enfermedades desaparecieron del planeta gracias a las vacunas. ¿Las causas del descenso de estas enfermedades fueron las vacunas, o fueron en realidad las políticas de salud pública y medidas sanitarias: higiene, mejor alimentación, ausencia de guerras etc?
Greg Bealtie, en su libro “Vacunación: el dilema de los padres”, nos muestra gráficas detalladas que describen el descenso de las enfermedades y el momento de la introducción de la vacuna. Si estos gráficos son ciertos, la verdad es escalofriante: las vacunas fueron introducidas en la humanidad cuando las enfermedades ya estaban en baja. Luego, cuando las enfermedades “desaparecieron”, los vacunólogos se adjudicaron el triunfo. Si esto es cierto, las vacunas masivas serían uno de los peores fraudes científicos de todos los tiempos.
¿Qué hay con los componentes que traen las vacunas?
Cualquier experto en toxicología serio y sincero nos puede afirmar que el formaldehido no debería entrar en el cuerpo de los niños, sin embargo está presente en las vacunas que se les inyecta directamente en la sangre.
Además del formaldehido (líquido utilizado para embalsamar), mercurio, y aluminio, las vacunas también pueden contener: polisorbato 80, gelatina de cerdos y vacas y glutamato monosódico (MSG). Ninguno de estos productos son recomendables aisladamente, pero los laboratorios lo lanzan al mercado para su aplicación sistemática. Las vacunas también pueden contener virus errantes o bacterias procedentes de los cultivos de células animales con las que preparan las vacunas en los mismos laboratorios
Ahora, si los anticuerpos fueran la solución perfecta una sobredosis de anticuerpos en el cuerpo debería significar buena salud. Nada de eso, es una dolencia que se conoce como anafilaxis: es una reacción grave por la producción de anticuerpos y puede llegar a ser mortal.
Los ortodoxos siempre argumentan que la tasa de sarampión es muy alta en el tercer mundo. Coincide que en estos países son muy malas las condiciones de vida y hay generalmente mucha agua estancada, además de deficiencia nutricional.
En 1994 en el Reino Unido se realizó una campaña masiva de vacunación para prevenir una supuesta epidemia de sarampión que nunca llegó, según ellos gracias a las vacunas. El Comité de Ética Médico investigó y llegaron a estas conclusiones: nunca existió riesgo, no había justificación para esa campaña indiscriminada, la campaña fue un experimento alternativo de inmunización con 24 cepas de sarampión, paperas y rubéola, y el gobierno ocultó a los padres los riesgos de la vacuna combinada, de hecho, lo que hizo fue favorecer a los laboratorios porque su stock de Triple Vírica caducaba. Entonces, cientos de padres denunciaron por 14 muertes de bebés y casos de autismo, problemas visuales y auditivos, epilepsia, artritis, diabetes y esclerosis múltiple.
En 1979, Suecia abandonó la vacunación contra la tos ferina, por dos razones. En primer lugar, debido a las epidemias que se produjeron entre las poblaciones perfectamente vacunadas, y en segundo lugar debido a los muchos efectos secundarios de la vacuna, especialmente daño cerebral. Y cuando fue retirada debido a estos efectos secundarios, la tasa de mortalidad igual siguió disminuyendo. Si Suecia no hubiese abandonado la vacunación ese año, allí también los vacunólogos se habrían adjudicado el triunfo.
En un estudio comparativo entre doscientos cuarenta y tres niños vacunados y doscientos cuarenta y tres niños no vacunados por la vacuna de la tos ferina, el Dr. Michel Odent estudió la frecuencia de cada enfermedad, especialmente infecciones del oído y ataques de asma en los niños vacunados. Concluyó que los niños vacunados tienen menos riesgo de contraer la tos ferina, pero los niños sin vacunar están más saludables
En enero de 1983, un estudio realizado por la Escuela de Medicina de UCLA, llevada a cabo por la Administración de Salud del Condado de Los Angeles y dirigido por el Dr. Lary Barraf,, decía que 53 de las 145 víctimas por el Síndrome de Muerte Súbita del Lactante habían recibido la vacuna DPT (difteria, el tétanos, la tos ferina). De los 53 niños, 27 habían sido vacunados en los 28 días anteriores de la muerte, 17 en la misma semana y 6, 24 horas antes de la muerte.
Con esta vacuna, la de la tos ferina, nos encontramos con los mismos problemas que con el sarampión. Ahora los adultos contraen la enfermedad infantil a una edad en la que las complicaciones son más frecuentes y graves debido a que la inmunidad inducida artificialmente no es tan duradera como la inmunidad natural y los niveles de anticuerpos observados después de la vacunación son inferiores a los registrados después de sufrir la enfermedad.
No nos olvidemos tampoco que las autoridades encargadas de llevar a cabo e informar acerca de dichos estudios trabajan conjuntamente con las compañías productoras de vacunas y, por ende, tienen muchos intereses creados.
En 2010, el Consejo Médico General del Reino Unido determinó la expulsión de Andrew Wakefield, y decidió suspenderle del ejercicio de la práctica médica en el Reino Unido. ¿La causa? Wakefield investigó el timerosal. Y achacó a este producto el aumento de trastornos del desarrollo como retrasos en el lenguaje, autismo e hiperactividad en la población infantil.
Según un acuerdo firmado entre Estados Unidos y Rusia en 1990, la destrucción del virus de la viruela debería haber ocurrido antes del fin del año 1993. Este acuerdo nunca cumplió Estados Unidos, quien todavía posee las cepas para “estudio”.
Con respecto a la erradicación de la enfermedad, hay un efecto que no hace deseable que se guarden muestras del virus: la humanidad no solamente ha perdido la inmunidad al virus, sino que también no tiene ya memoria genética –la memoria que da la vacuna es siempre transitoria-. Ante un eventual escape o -principalmente- hasta en un ataque biológico, el tiempo de reacción de la industria y la consecuente vacunación mundial no sería suficientemente rápido como para evitar la muerte de cientos de millones de personas. De modo que desde hace casi veinte años la humanidad está esperando que Estados Unidos cumpla su promesa y destruya las cepas del virus, y nos preguntamos ¿a qué clase de estudios están sometiendo esas cepas? Pues las mutaciones de virus suelen ser más peligrosas que los virus originales.
Curiosamente, detrás de los grandes laboratorios que producen las vacunas, están los mismos personajes ligados a las guerras y la destrucción masiva. ¿Puede ser que las mismas personas que envían tropas para invadir países ajenos, con la intención de diezmar y avasallar a la población enemiga, también envíen vacunas para que estas poblaciones crezcan sanas y saludables?. ¿No es un poco contradictorio eso?
Dice Kissinger, en 1974, en el Memorando 200: “El crecimiento de la población del tercer mundo es una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos” .
El monumento de Georgia indica el número óptimo de habitantes en el planeta: 500 millones. No es una locura pensar que la eugenesia está en la mente de algunos personajes con mucho poder y mucho dinero.
¿Entonces, estamos ante la presencia de un medicamento beneficioso para la humanidad? ¿O es uno de los mayores fraudes científicos de todos los tiempos?
No es de extrañar que debamos esperar una centuria para responder la última pregunta.
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